Desde el primer contacto con el mundo los niños y niñas quieren aprender.
Quieren aprender y lo hacen hasta que los adultos intervenimos en esos procesos naturales de mala manera.
En los grupos de párvulos si se les observa, su actividad es incesante, miran, tocan, hurguetean, escuchan, preguntan y también se responden.
Muchas veces en actividades con grupos de docentes las educadoras cuentan cómo los niños y niñas se entusiasman con todo, quieren leer, quieren calcular, quieren experimentar; también quieren cantar, bailar, jugar, disfrazarse.
¿Cuándo, entonces, pierden el interés?
O, si no lo pierden del todo, cuándo es que todo ese mundo que les interesa conocer y aprender de él se trasforma en algo forzado, obligado, tedioso, cansador y estresante.
Es curioso, pero coincidente que antes que la “evaluación” entre en el juego, todo para los niños es interesante y yo diría, natural. Pero todo eso cambia cuando se empieza a “evaluar”.
Pongo “evaluar” así entre comillas, porque la verdad es que no se evalúa, solo se califica, ningún interés real en los aprendizajes, imponiendo una competencia entre los estudiantes e introduciendo un “valor” a la evaluación que está lejos del verdadero.
Esa es una de las malas maneras de intervenir en los procesos naturales del aprendizaje.
Muchas veces en mis trabajos con profesores discutimos fuertemente sobre un tema: ¿cuándo un estudiante, por lo menos en la etapa escolar, debería “reprobar”?¿por qué debería reprobar?¿cuánto es lo normal de un grupo que reprueben?
Mi planteamiento es que no deberían reprobar, los estudiantes siempre deberían aprender, lo que les corresponde, lo que pueden, lo que necesitan.
Y los profesores deberían hacer todos los esfuerzos para que ello ocurriera. Las condiciones son otro tema, en otro momento lo abordaré, ahora me interesa la evaluación, el aprendizaje y las pruebas.
En estas últimas semanas el SIMCE ha estado otra vez en las discusiones y otra vez los estudiantes dan lecciones. Sobre este tema de evaluar.
Da gusto escuchar a Moisés Paredes (y también un poco de vergüenza porque quisiera escuchar a profesores argumentando igual) explicar claramente lo que piensan del SIMCE, ellos entienden que la evaluación debe ser parte de un proceso y servir para entender cómo van aprendiendo; critican cómo el currículum se minimiza, porque las escuelas y liceos “entrenan” para rendir pruebas, por lo tanto se descuidan áreas como las artes por ejemplo y otras que no se consideran; explica cómo también comprenden que se debe medir para tomar decisiones en el sistema, pero que se debe hacer de otra forma.
Los estudiantes una vez más nos dan una lección, ellos han aprendido, a pesar de nosotros.